La última vez que lo vi, todo vigor ya había desaparecido, me acerque a saludarlo, y su voz tan solo era un susurro, mi mano al contacto con el suyo, sintió el peso absolutamente ligero de su mano. Le comente que yo había decidido residir en Santa Cruz, a lo que él contesto, que era la mejor de las decisiones que había tomado, no hablamos más, porque la mujer que lo acompañaba, lo cuidaba con un recelo propio de la enfermera que cuida a un convaleciente; pensé que también, él había tomado la sabia decisión de venirse a vivir a Santa Cruz, pero no fue así, nunca más lo vi, de tiempo en tiempo, llamaba a su eterno número de celular, desde las épocas de la única operadora de teléfonos móviles en Bolivia (Telecel), y todo era un incesante llamar y llamar, con la esperanza de que en algún momento conteste la llamada, pero no, solo se escuchaba el zumbido lejano de celular viejo y olvidado, quizá visto, pero nunca más después contestado.
Qué fue de él, me preguntaba, y cuando me encontraba con alguien que alguna vez supe que le conocía, también le preguntaba, sobre que se sabía de él, y no había referencia alguna, respuesta alguna, supe que vivía en un edificio de la Arce (La Paz), desde antes, al cual jamás invito a nadie, que vivía con su mamá, pero no sabía en qué piso o qué departamento le correspondía, inútil buscar más, inútil indagar más, quizá a lo mejor, lo que él quería, era simplemente estar ausente de todo, sin importuno alguno.
Como puede ser que la llama ardiente, la flama encendida, el continuo arrebato, la respuesta precisa a momento coyuntural difuso, pueda de pronto callar, desaparecer sin más ni más, no dando razón alguna a nadie de todos los que lo buscaban como referencia importante?.
Como puede ser que aquella energía siempre desbordante, de trabajo continuo, de meditación extenuante, de ideas e ideales siempre luchados, defendidos, impulsados, manifestados, de la manera más enérgica posible, pretendiendo contagiar, pretendiendo influir en el otro, el ánimo permanente para masificarlo y finalmente hacer la movilización suprema siempre añorada, de cientos de miles marchando, luchando con la consigna bien puesta y planteada, y aún a pesar de este desgaste energético, siempre encontrando tiempo para la yapa de gasto energético, de saltar en los boliches, donde,propina extra de por medio, hacia colocar, los viejos cassettes de grabación, con música roquera del estilo casi siempre de “Status Quo”, “Jimmy Morrison”, y otros cuyos ruidos estridentes para unos, era la gloria de la plasmación del verdadero ritmo, que le llegaba hasta las entrañas, generando así explosiones en los movimientos más exaltados, en una coreografía difícilmente de ser imaginado, por aquella mayoría de la cumbia, la salsa y peor la música chicha existente en ese entonces; llegando incluso a veces a romper las escenografías de los boliches de pequeño espacio, o fracturándose algún hueso, solo ahí se aquietaba un poco, para después recomenzar.
A esta hora en que escribo esto, quizá le estén enterrando, hoy supe a través del Aula Libre, que falleció; no puedo estar para acompañar a su último sepelio, pero estoy seguro que aquellos que asistan, echaran el clavel rojo en su sepultura, de su eterna ideología la Social Democracia.
Al parecer Bernardo, eres el último de los Inch’s, de esa casta que supo hacer del Sur de nuestro país el emporio del famoso, fragante y riquísimo singani, al que tus ascendientes le pusieron el nombre de “Majuelo”, haciendo que todo el mundo en Potosí y Chuquisaca, se refieran al singani con el nombre del Majuelito, majuelito este que al tomarlo, todo el aroma se esparcia y difuminaba invitando a tomar más y más. Adios Majuelo nunca más lo volvimos a ver, ni a tomar, y así como tu singani, desapareces voz.
Eterna Paz a ti querido compañero y amigo “Bernardo Inch”.